En El señor del huerto culminan, a mi juicio, las dotes de narrador y los aciertos de expresión de este escritor. No quiero ni siquiera esbozar el argumento de la narración para evitar que este prólogo, además de inútil, como casi todos los prólogos, irrite al lector anticipándole las peripecias de los entrañables personajes de la ficción. Pero sí quiero aludir de algún modo al contenido para ilustrar mi aserto de que la novela es un canto a la amistad.
Y en este momento se me ocurre sospechar si toda la obra narrativa de Olaizola no es esencialmente esto mismo: un canto a la amistad. Volviendo al punto de partida de la carrera del escritor A nivel de presidencia, me encuentro con que el prologuista, Ricardo Diez Hochleitner, estampa las siguientes palabras: «Bienvenido, pues, este libro, por el doble motivo de haber sido escrito por un amigo y por hacer de la amistad, frente a la codicia material y el egoísmo, un grato motivo literario, pues su inteligente crítica de ciertos ambientes del mundo de los negocios va acompañada de un tinte de humor y de gracejo en el lenguaje en el que apunta él perfil humano del propio autor.» Manuel Cerezales en el prólogo del libro